EL FUTURO DE LA EDUCACIÓN CATÓLICA
Es normal que quienes nos dedicamos a la educación digamos convencidos que buscamos la excelencia en nuestra misión. Sin embargo, cuando se trata de una educación católica que debiera privilegiar su misión de colaborar con la construcción del Reino de Dios, es necesario que respondamos la pregunta a propósito de la identidad católica de nuestra misión. ¿Cuál es la especificidad de nuestro modo de proceder? La educación que ofrecernos, aun en el caso de que realmente fuese excelente, ¿cumple los requisitos de una formación que vaya mucho más allá de la que ofrecen las empresas especializadas en este campo y que “venden” un producto a quienes tienen la posibilidad de pagarlo? Estas y otras preguntas fueron analizadas en el Seminario de estudio de la Congregación para la Educación Católica, Dicasterio vaticano responsable de la educación en todo el mundo y en el que tuve la oportunidad de participar el 22 y 23 de junio pasado.
Un polo de discusión que nos ocupó un buen tiempo fue el relativo a la “tensión entre laicismo y fundamentalismo”. Constatamos que existen dos tentaciones extremas: por un lado, el fundamentalismo o integrismo que niega los derechos al hombre en nombre de la ley de Dios y, por el otro, el laicismo o secularismo que niega que la religión tenga un sitio en el espacio público aludiendo a los derechos al hombre. Hemos caído en el extremo de absolutizar, por un lado una especie de estructura enferma de la religión que niega la razón y por el otro, la enfermedad de la razón que niega la religión. En este estado de cosas ¿cuál es el sitio que da la educación a la religión en un mundo multicultural? ¿Se acepta con facilidad el derecho de los padres a elegir un centro académico no solo de excelencia sino abiertamente cristiano, más aun, católico? ¿Se da el mismo tratamiento a una escuela protestante a otra que pretende introducir el Islam que a una que es fiel a la tradición católica?
Asimismo, un problema que debemos resolver es la “tensión entre tecnofobia y tecnolatría”. No podemos cerrar los ojos a la realidad de que hoy cualquier adolescente usa la informática como el medio normal de comunicación. La inmensa mayoría pertenece a una o dos redes sociales, su único medio de comunicación es el teléfono celular o la internet. Obviamente hemos caído en excesos que pueden ser sumamente peligrosos aun cuando por otra parte, es un hecho que se da una atención particular de las ciencias humanas y sociales a la educación. Las técnicas se multiplican y se favorece el acceso a cada vez mayor y mejor información. Es cierto que es una enorme oportunidad pero, al mismo tiempo, es un gran desafío. Podemos, en efecto, caer en la tentación de reducir nuestra comunicación a seguir una especie de recetas o de imponer y multiplicar complicadas reformas educativas que no mejoran los niveles reales de la educación. Podemos olvidar que la educación, mucho más que una técnica, es un arte que debemos preparar y cultivar porque la singularidad de la persona no podrá ser regulada jamás por la técnica, por muy desarrollada que sea.
Un buen educador está llamado a educar sobre el correcto uso de la internet, sobre el sentido verdadero del conocimiento y que la posibilidad de acceder a una información casi infinita, no nos hace mejores. Es imprescindible que sepamos ensenar el valor de jerarquizar la información a la que tenemos acceso, saber discernir y juzgar. Finalmente discutimos enorme desafío: la “tensión entre libertad en la educación y la integración”. De una parte, el Estado tiene el derecho y el deber de buscar la integración de sus ciudadanos en un solo modelo educativo oficial. Pero también en algunos países, cuando los jóvenes o no tienen acceso a una buena educación o ésta es deficiente, debiera respetar el derecho de los padres a elegir la educación de acuerdo a sus convicciones. Por último, no podemos soslayar la “ tensión entre dominio (violencia) y la pérdida de autoridad”. Tristemente, la violencia es muy común en muchos países del mundo como el modo elegido para educar. Se olvida que la violencia engendra violencia tanto de parte del joven como del adulto.
De ahí que no sea posible aceptar una falsa idea de que toda la autoridad la tiene el educador pues se podría confundir con un poder de dominio. O por otra parte, igualmente peligroso sería creer que el alumno es libre de hacer lo que le dé la gana porque sería correr el riesgo de que se pierda la legítima autoridad de padres y educadores. De aquí que valga la pena aclarar ¿cuál es la concepción de autoridad que se maneja en el ámbito educativo actual?
P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
Domingo 15 de Julio de 2012.