BENDITA HUMILDAD
La reciente publicación del escritor italiano Andrea Monda intitulada “Benedetta umiltà” refleja magníficamente su contenido dedicado a las virtudes simples del Santo Padre entre las que destaca precisamente su humildad. En el contexto del cumpleaños número 85 de Josef Ratzinger y los siete años del pontificado de Benedicto XVI se han escrito muchos comentarios del Sumo Pontífice que se ha ganado el corazón de los cristianos por su muy peculiar forma de ser. Como lo he mencionado en otras ocasiones, del mismo modo que Paulo VI tuvo que “sufrir” las comparaciones al suceder al carismático y bondadoso Juan XXIII, el Santo Padre ha tenido que “luchar” contra la absurda opinión de algunos que insisten tontamente en compararlo con el no menos carismático Juan Pablo II. Recuerdo que, desde el momento de su elección y en la misma Plaza de San Pedro, algunos ignorante comentaristas comenzaron a criticarlo, primero por el hecho de ser alemán y, después por la supuesta “línea dura” con la que había dirigido la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Durante los siete años de su pontificado ha sido criticado tanto por la derecha como por la izquierda e, incluso, ha sido incomprendido por quien se ha identificado con su pensamiento y que, por lo tanto, tendría que ayudarle a transmitir su mensaje. Pese a sus detractores, es innegable que Benedicto XVI se ha ganado la simpatía del mundo justamente porque es congruente con lo que predica y de ningún modo pretende ganarse la aceptación de nadie con hechos teatrales o que podrían mover las masas en su favor. Bastaría con observar al pastor sencillo y humilde en el modo de arrodillarse, en la forma como se acerca a la gente, sin aspavientos, sin llamar la atención de las miles de cámaras fotográficas que están pendientes de él, sin contar con los medios de comunicación que lo acosan como si quisieran encontrar el más mínimo error en sus apariciones públicas. Cuando uno está cerca de él, se tiene la sensación que tiene cuatro ojos cuando nos mira fijamente y nos hace sentir que en ese momento somos la persona más importante para él.
Si las masas acudían a la Plaza de San Pedro a ver a Juan Pablo II, el número se ha triplicado para escuchar al teólogo Benedicto XVI quien nos habla de Dios no como el totalmente Otro sino como Aquél a quien nos podemos acercar con alegría y esperanza en el futuro. La búsqueda de Dios está en el centro de sus homilías con una sencillez humanísima, con una apabullante fe que deja ver su abandono confiado en las manos de Dios. En Roma lo admiramos como el Papa que se ha atrevido a emprender una purificación profunda de la Curia Vaticana. Ha sido muy atacado por iniciar la reconciliación con los tradicionalistas lefebvrianos o por la decisión de consentir la celebración de la misa antigua con la intención de favorecer la posibilidad de que el viejo rito preconciliar y el nuevo rito posconciliar se enriquezcan mutuamente, haciendo recuperar en mayor medida al primero el sentido de lo sacro y del encuentro con el misterio a veces demasiado reajustado por la dejadez y por los abusos litúrgicos.
Ante su hermano Georg y sus más cercanos colaboradores, en la Misa del día de su cumpleaños pronunció una homilía personal y conmovedora en la que expresó: «Me encuentro ante el último tramo del recorrido de mi vida y no sé qué me espera. Sé, sin embargo, que la luz de Dios está allí, que Él ha resucitado y que su luz es más fuerte que cualquier oscuridad, sé que la bondad de Dios es más fuerte que todos los males de este mundo. Y esto me ayuda a proceder con seguridad. Esto nos ayuda a seguir hacia adelante, y en esta hora agradezco de corazón a todos los que continuamente me permiten percibir el ‘sí’ de Dios a través de su fe». Necesitamos orar mucho por el Santo Padre para que Dios, el Señor, le siga concediendo mucha salud e inteligencia para enfrentar los males de este mundo que insisten en oponerse a su misión de testimonio y profecía.
P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
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