Cuando no estamos verdaderamente en las manos de Dios y nos vemos sometidos al dolor o a los problemas, nuestra fe vacila, nos llenamos de dudas y todo nos hace pensar que Él nos ha abandonado. En ocasiones nuestra fe se vuelve interesada en los favores que Dios nos hace y nos alejamos si nos parece que Él no nos ha escuchado. Ciertamente equivocamos el camino cuando deberíamos estar más cerca para superar esos momentos de crisis y de prueba. En la audiencia general del nueve de mayo pasado, el Santo Padre, con su sabiduría característica, nos ha enseñado el valor de la oración en momentos como los que he referido antes. Para su catequesis, eligió el último episodio en la vida de San Pedro narrado en los Hechos de los Apóstoles: su encarcelamiento por orden de Herodes Agripa y su puesta en libertad por la intervención milagrosa del Ángel del Señor, en la víspera de su juicio en Jerusalén (Cf. Hch. 12,1-17).
En el pasaje citado, San Lucas escribe: "Mientras Pedro estaba bajo custodia en la prisión, la Iglesia no cesaba de orar a Dios por él" (Hch. 12,5). El Papa hizo énfasis en que "un grupo numeroso se hallaba reunido en oración" (Hch. 12,12) y destacó la actitud de la comunidad cristiana de cara al peligro y a la persecución. Nos hizo ver cómo la fuerza de la oración incesante de la Iglesia se eleva a Dios y el Señor escucha y realiza una impensable e inesperada liberación, mediante el envío de su ángel quien representa no sólo la liberación de Israel de Egipto, sino también la Resurrección de Cristo. Cuando todo parecía perdido, el ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar" (Hch. 12,7). Nos hace caer en la cuenta que la luz que llenó la habitación era la luz liberadora de la Pascua del Señor, que vence a las tinieblas de la noche y del mal, nos invita a ponernos en camino y seguirlo a Él sin vacilar. De ahí que ordena a Pedro: "Ponte el cinturón y sígueme” (Hch. 12,8).
En los momentos de desolación y confusión, es necesario que confiemos plenamente en el Señor, salir de nosotros mismos, de nuestros miedos y falsas seguridades y buscar fiarnos una vez más de Él que no nos fallará jamás. El Papa hizo énfasis también en la actitud confiada de Pedro que, mientras la comunidad cristiana ora fervientemente, él "dormía" (Hch. 12,6) porque su confianza estaba en Aquél que no lo dejaría jamás. En la vivencia de Pedro podemos contemplar cómo actúa Dios cuando el hombre en peligro se abandona completamente en Él, se fía en su presencia y en la oración de la comunidad. Su testimonio nos ayuda a ver que así debe ser nuestra oración: asidua, en solidaridad con los demás, confiando plenamente en que Dios nos conoce en el fondo y cuida de nosotros. Obviamente, para llegar a esta actitud se requiere fidelidad y una fe completa en la acción de Dios que no nos abandona a pesar de que todo parezca indicar lo contrario.
Es necesario, pues, que cuando atravesemos la noche de la prueba, estemos en vigilancia y en oración que es la que nos sostiene pues, como dijo Benedicto XVI: «una comunidad en crisis, en dificultad, no a causa de la persecución, sino porque en su interior hay celos y contiendas (Cf. St. 3,14-16). Y el Apóstol se pregunta la razón de esta situación. Se encuentra con dos razones principales: la primera es el dejarse dominar por las pasiones, por la dictadura de sus propios deseos, del egoísmo (Cf. St. 4,1-2a); el segundo es la falta de oración: ‘no piden’ (St. 4, 2b) -o la presencia de una oración que no se puede definir como tal- ‘Piden y no reciben, porque piden mal, con el único fin de satisfacer sus pasiones’ (St. 4,3). Esta situación cambiaría, según Santiago, si toda la comunidad hablase con Dios, rezando asiduamente y unánime de verdad. Incluso el discurso sobre Dios, de hecho, puede perder su fuerza interior y hasta el testimonio se seca si no están animadas, apoyadas y acompañadas por la oración, por la continuidad de un diálogo vivo con el Señor. Un recordatorio importante para nosotros y nuestras comunidades, tanto las pequeñas como la familia, así como las más amplias como la parroquia, la diócesis, la Iglesia entera. Me hace pensar que han orado en esta comunidad de Santiago, pero han orado mal, sólo para sus propias pasiones. Continuamente debemos aprender a orar bien, realmente orar, orientarla hacia Dios y no hacia el propio bien».
P. Jaime Emilio González Magaña, S. I.
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